Hace 7 u 8 años estaba con uno de mis mejores amigos en mi ciudad natal, Querétaro, y platicábamos de lo complicado que llega a ser la vida algunas veces… cosa que parece aún vigente. En fin, era de noche y caminábamos por “Avenida Universidad”, en ese entonces recién renovada (cubierta de árboles, fuentes y luces que propiciaban un ambiente casi mágico), cuándo nos detuvimos frente a un puente.
Mientras la conversación continuaba, un ruido de alas nos sobresaltó y vimos pasar sombras por encima de nosotros. En las penumbras era difícil identificar de qué se trataba. Y justo cuando estaba a punto de preguntar al respecto, mi amigo se adelantó con una pregunta poco convencional:
-¡¿Crees que sean hadas?!- exclamó, con un tono que no podía ser otra cosa que de emoción.
Solté una carcajada. No, no lo creía.
Mi amigo siempre ha sido un tanto ingenuo y ésta vez no me parecía la excepción.
Iba a comentarlo y entonces, me detuve. Vi en sus ojos la ilusión de quién puede ver hadas en mariposas negras, murciélagos o lo que sea que haya sido.
-O ¿Quién sabe?- repuse sonriendo- Quizás si.
Y por un momento, mientras mirábamos el cielo de aquella noche de octubre, pude verlas también.