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Fantasmas

”…Sí lo soy, Ana…

Sacó otra cerveza del refrigerador, la séptima para ser exactos. Aún no estaba tan fría, no tenía lo suficiente adentro como para estarlo, pero poco importaba.

Tomó el imán en forma de calavera que ocupaban para destaparlas y procedió a hacerlo. Dio un trago y sintió como poco a poco se apagaba esa necesidad en su cabeza de pensar. Los diálogos, las imágenes, todo se desvanecía, las palabras se perdían en un eco de disco que se raya y que va perdiendo el ritmo…

”…Sí lo soy…

La noche era cálida, con algunas ráfagas de aire que hacían el clima más llevadero. No pudo evitar pensar si aún así usaría suéter. Seguro sí, a diferencia de él, ella podía usar un suéter a más de 30 grados. 

César siempre había sido muy caluroso. Se jactaba de llevar shorts aún en otoño, cuando el viento empezaba a enfriar y comenzar a usarlos desde Febrero, cuando el viento aún era frío. Esa noche no era la excepción. 

Así era él. 

Disfrutaba de ser el más intrépido de sus amigos, el más deportista, el más estudiado. Sabía que sus amigos envidiaban su físico, su agilidad mental y su suerte.

Como cada jueves, estaban reunidos para jugar juegos de estrategia en casa de uno de sus mejores amigos.   Y como cada jueves  o al menos en la mayoría de ellos, seguramente él saldría victorioso. Y si no  era el caso, no le preocupaba tampoco, porque le llenaba de orgullo saber que sus amigos habían tenido que unir fuerzas para vencerlo.

Sonrió. Sonrió.

Dio rápidamente otro trago a la cerveza. La sonrisa se desvaneció. Sintió una calma que sólo podía sentir a través del alcohol o de la adrenalina últimamente, por lo que agradeció tener una cerveza en la mano y justo cuando se dirigía al comedor, fue abrazado por la espalda. ¿Qué haces?- preguntó una voz femenina mientras lo apretaba cada vez más. -¿También sacaste una para mí?

-No,- respondió mientras se soltaba de aquellos brazos y le daba la cara- aún no ¿quieres esta?

-Sí, gracias.- respondió tomándola de su mano y dándole un trago- Eww, aún está tibia. Qué asco, mi amor. Mejor te la regreso.

-Aún no están frías, pero espera un rato. 

-Me gusta estar con tus amigos, aunque son muy competitivos y me asusta- comentó Paola con una sonrisa. 

“A ella no”.

-Son buenas personas- Hizo una pausa y aprovechó para cambiar el tema.- ¿Me termino esta cerveza y nos vamos?- inquirió Cesar- no he dormido bien últimamente.

-¡Claro!- respondió Paola con ternura- Sí te ves desvelado.

Era verdad, se veía como quién no ha dormido bien en semanas. 

El resto de la cerveza transcurrió sin incidentes. Podía ver como sus amigos lo veían con curiosidad, pero ninguno se atrevía a preguntarle nada, al menos no frente a Paola y lo agradeció. 

-Ya nos vamos- soltó finalmente César.

– ¿Tan temprano?

-Ya no es tan temprano- aseguró César- Además, aún debo llevar a Paola a su casa.

Se despidieron y prometieron que le ganarían la siguiente semana.

-César, ¿en verdad está todo bien?- inquirió Luis con genuina preocupación en la puerta una vez que Paola estaba en la camioneta.

-Sí, ¿por?

“Estoy bien”. Decía con la mirada mientras intentaba sonreír de la manera más genuina posible, pero eran sus amigos desde hace 15 años y estaba seguro de que aunque para Paola fuera creíble, ellos sabrían leer a través de su fachada.

-Nada en particular, sólo que nos preocupas- respondió Luis simplemente mientras le daba unas palmadas en la espalda.

-Qué sí, no sé de qué me hablas. Me voy, cuídense.

Condujo hasta casa de Paola más apresurado de lo normal. Tenía que volver a su casa pronto.

Llegó rápido, se estacionó y dejó a Paola en la puerta de su casa. La luz de la farola iluminaba su blanca tez, y aunque parecía estarla viendo, por más que se esforzara no podía hacerlo. 

Paso sus dedos por su cabello oscuro…rubio, y miró dentro de sus ojos cafés… verdes. La miró y por unos segundos pudo ver a Paola. Después, la besó. 

Paola amaba esos besos. Besos distraídos los llamaba, puesto que parecía que siempre estaban en otro lado, pero que al final resultaban tiernos.

-¿Nos vemos el sábado?- preguntó.

-Sí, como habíamos quedado- repuso- que descanses Paola.

-Tú también, maneja con cuidado. Me avisas cuando llegues.

El camino estuvo tranquilo. Y aunque no se atrevió a encender la radio por temor a escuchar alguna canción que no quisiera,  no pensó en otra cosa que no fuera en llegar a su casa. Tenía que saber si ella estaría ahí esta vez. 

En la entrada ya estaban su perro esperando por él. Lo saludó efusivamente y no paró hasta que no lo acarició un buen rato en el jardín.  Su gato llegaría más tarde, con ese sentido de gato que sabe llegar en el momento adecuado.

Se armó de valor y se encaminó a su habitación. No iba a prender la luz,  sabía que ella estaría ahí si no lo hacía y no deseaba otra cosa que poder estar con ella al menos una noche más. 

La luz de la luna iluminaba tenuemente la habitación. 

Y ahí estaba ella como cada noche, mirando con nostalgia  por la ventana como si supiera exactamente lo que estaba por ocurrir. 

Llevaba su vestido blanco, el que había usado en alguna de sus citas y que tanto le gustaba a César. El cabello oscuro y largo le cubría los hombros y le caía hasta la cintura. 

Mientras César la contemplaba, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Quería acercarse y abrazarla pero sabía que no podía, que no debía. Si tan sólo supiera lo qué pasaba por su cabeza. Pero le era imposible leerla. Cada vez que Ana hablaba se veía impasible y eso lo asustaba. La simple idea de pensar que ya no tenía ningún efecto en ella, lo llenaba de terror.

Lentamente dirigió su mirada hacia él. Tenía unos ojos profundos, grandes, cafés.

-«Me siento frustrada y desconcertada…»dijo con suavidad.

-¿Por qué?- inquirió César a la defensiva evitando su mirada. Mirar en esos ojos era dejarse ir en sus sueños, sus historias, sus anhelos y él lo sabía. Sabía que podría romperlo si los seguía viendo – Ya habíamos quedado en eso. 

-¿Habíamos quedado? ¿O fue más una decisión unilateral tomada hace meses?

Lo decidí yo. 

-Fue en lo que quedamos, el día que discutimos.

-«No discutimos, hablamos».

–  Es lo mismo. El punto es que siempre me reclamas cosas de ese estilo, ni siquiera mis ex’s habían sido así. 

-«Cuestionarte no es atacarte, César. ¿Por qué te tienes tanto miedo? ¿Prefieres perderme cada día un poco más antes de  mostrarte vulnerable?»

No te quiero perder, pero yo…

-No sé qué te molesta. Sólo somos amigos, y nos divertimos, pero nada más. 

-«¿Entonces por qué te alejas?»

Porque no puedo estar cerca y fingir que no me importas. 

-Así soy con mis amigos, un amigo distante. 

Ana lo miró con detenimiento y finalmente tras una mirada de decepción, soltó:

-«Ya no puedo más, me lastimas . Siempre lo haces».

-No sé qué decirte. Te lastimas tu solita. 

De pronto pudo notar como los ojos de Ana se llenaron de lágrimas. 

-«¿Por qué te empeñas en negar lo que sientes por mí? «.

-Yo no siento nada – mintió. – Ya te dije, sólo somos amigos, y por eso te trato como a cualquiera de ellas.

César se estremeció. Aunque ella lo miraba como si pudiera leer a través de sus palabras, de alguna manera sólo pudo dibujar una ligera sonrisa. César la conocía muy bien, era el reflejo de un corazón roto.

Soy un estúpido. Por favor perdóname. ¿Por qué no puedo decir la verdad?. 

César quiso moverse, pero no pudo. Su orgullo no se lo permitió. 

-Te fuiste, Ana.

No podría soportar que lo hicieras otra vez.

-«Me alejaste, -interrumpió, mientras le daba la espalda.- ¿Por qué no puedes entender que no estabas bien? No me podía quedar. No así, no si me tratabas como si no fuera importante en tu vida». 

Eres lo mejor que me ha pasado. Quédate.

Quería decir tantas cosas, y no pudo decir nada. Sentía como su labio temblaba y un  calor le subía por el cuerpo. Al final soltó:

 -Igual decidiste irte.

-«¿Cómo querías que me quedara si a la primera señal de problemas sales corriendo? Quiero a alguien que esté conmigo a pesar de los obstáculos y que lo haga posible. No que esté conmigo porque estoy dentro de sus posibilidades.».

-No te entiendo. Y la verdad es que creo que te complicas mucho las cosas. Yo estoy bien como amigos distantes.

-«En la vida siempre va a haber obstáculos, y no siempre vas a poder elegir lo fácil…y creo que vale la pena luchar por algo que quieres. ¿No soy yo lo que quieres?»

Por favor, no sé cómo hacerlo… por favor no te vayas.

César sabía que tenía muchas cosas que mejorar, y sabía que quería hacerlo con y por ella . Pero no dijo nada. No pudo o no supo cómo hacerlo y sería una decisión de la que se arrepentiría toda la vida.

-«Quédate con tu orgullo, entonces – sollozó. Ahora me duele pero sé que lo intenté. Y a diferencia de ti, yo sí te voy a superar. El que se enamora nunca pierde».

César sintió el peso de sus palabras… tan vacías, tan lastimosas. Deseaba que Ana pudiera saber lo que pensaba y actuar en base a eso. Si tan sólo supiera lo que en verdad sentía por ella, la situación sería otra. Sintió vergüenza y desvió la mirada hacia la pared contraria, cuando la volvió, ya no quedaba nada en la habitación, nada más que un aroma de perfume impregnado en el aire.

 -“Eres un cobarde.” Sentenció una voz como cada noche antes de desaparecer. 

César se cubrió la cara de la vergüenza y el dolor que sentía. Sentía otra vez ese dolor en el pecho, ese que no se va.

– …Sí lo soy, Ana. 

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